Newport, Gales – 6 de junio de 2025
Después de más de una década de lucha contra la burocracia, propuestas millonarias y excavaciones frustradas, James Howells ha decidido poner fin a la búsqueda del disco duro que contenía las claves de acceso a 8.000 bitcoins, equivalentes hoy a unos 733 millones de euros.
Todo comenzó en 2013, cuando por error, su entonces pareja tiró a la basura el pequeño dispositivo que almacenaba su fortuna digital. Desde entonces, Howells centró su vida en intentar recuperar el disco del vertedero de Newport, localidad galesa donde reside. La misión, que se convirtió prácticamente en su trabajo de tiempo completo, incluyó recursos judiciales, propuestas de compra del vertedero y la colaboración de expertos e inversores internacionales.
A pesar de haber sido uno de los primeros visionarios en apostar por el Bitcoin en 2009, Howells se enfrentó a un obstáculo insalvable: la negativa constante del ayuntamiento de Newport, que alegaba riesgos medioambientales para impedir la excavación. Ni siquiera su propuesta de compartir parte del botín logró cambiar la postura institucional.
Con el paso de los años, Howells se apoyó incluso en inteligencia artificial para preparar su defensa legal, pero ni las múltiples apelaciones ni los estudios técnicos lograron convencer a los tribunales de permitir el acceso al vertedero. Finalmente, recientes análisis periciales apuntaron a que, incluso en el improbable caso de hallar el disco, este estaría ya demasiado deteriorado como para recuperar información útil.
Aunque el sueño de recuperar su fortuna en criptomonedas ha llegado a su fin, la historia de Howells no ha caído en el olvido. Una productora de Los Ángeles ha adquirido los derechos para narrarla en un documental titulado The Buried Bitcoin: The Real-Life Treasure Hunt of James Howells. El protagonista, lejos de mostrarse abatido, afirma: “Ahora puedo mostrar al mundo exactamente lo que queríamos hacer en el vertedero”.
El caso de James Howells pasará a la historia como uno de los episodios más emblemáticos —y trágicos— de la era cripto, una mezcla de oportunidad perdida, lucha personal y obsesión moderna por los tesoros digitales.