En un país donde la carrera militar representa una vía de superación personal y profesional para muchos jóvenes, las decisiones que afectan dicha trayectoria deben ser tomadas con visión, equilibrio y justicia. Sin embargo, el reciente decreto presidencial que amplía a nueve los rangos que debe recorrer un soldado para alcanzar el grado de Segundo Teniente plantea más dudas que certezas, y más obstáculos que oportunidades.
Bajo el argumento de “una distribución homogénea de rangos” y “una trayectoria profesional sostenida”, se ha estructurado un escalafón que, aunque revestido de tecnicismos legales y supuestas garantías institucionales, parece más bien una maniobra burocrática que podría frenar el desarrollo profesional de los miembros de las Fuerzas Armadas.
¿Más profesionalización o más dilación?
La Constitución Dominicana, en su artículo 253, establece que el ascenso dentro de la carrera militar debe regirse sin discriminación alguna, conforme a la ley orgánica y sus normas complementarias. A su vez, la Ley 139-13 define la carrera militar como una trayectoria jerárquica clara y profesional, orientada a garantizar la calidad de vida y el desarrollo del personal castrense.
Sin embargo, al imponer nueve escalones entre el ingreso como raso y el ascenso al nivel de subteniente, se introduce una barrera que podría desincentivar a los jóvenes que hoy ven en la vida militar una oportunidad para progresar. Lo que antes podía lograrse con dedicación, formación y tiempo razonable, hoy se convierte en una travesía prolongada con requisitos múltiples y años de espera.
¿Modernización o estancamiento?
El discurso oficial habla de fortalecer la profesionalización de los suboficiales, establecer una cadena de mando vertical y garantizar una formación sólida. No obstante, es necesario preguntarse si este nuevo esquema responde verdaderamente a las necesidades operativas y humanas de nuestras Fuerzas Armadas, o si, por el contrario, perpetúa un modelo de ascensos lentos, donde el mérito queda relegado ante la antigüedad y la burocracia.
En un contexto regional donde la eficiencia y la preparación de los cuerpos armados es fundamental, complicar la estructura interna con más niveles jerárquicos no necesariamente significa modernización. En muchos casos, puede ser sinónimo de estancamiento institucional y pérdida de motivación.
Una carrera cuesta arriba
Para un joven que ingresa como raso, este nuevo esquema implica pasar por nueve niveles antes de ser considerado Segundo Teniente. Esto, acompañado de cursos, evaluaciones, requisitos académicos y tiempos obligatorios de servicio, configura una carrera que se aleja del incentivo y se acerca al desgaste.
La pregunta de fondo es: ¿estamos construyendo una Fuerza Armada más profesional, o simplemente una más lenta y jerárquicamente saturada? Si bien la disciplina y la estructura son esenciales en el ámbito militar, también lo son la motivación, la oportunidad y la meritocracia.
Conclusión
Las reformas en las Fuerzas Armadas deben buscar siempre el equilibrio entre estructura y funcionalidad, entre jerarquía y oportunidad. El aumento de rangos antes de alcanzar el grado de Segundo Teniente, más que un paso hacia la profesionalización, parece un retroceso disfrazado de tecnocracia. Es momento de repensar este modelo, no solo desde los escritorios del poder, sino desde las trincheras donde se forjan los verdaderos líderes militares.