Antes del surgimiento del capitalismo, los comerciantes de diferentes Estados feudales se esforzaban por regular el comercio exterior, acelerar las exportaciones de mercancías y favorecer el dinero, que en esa época se expresaba en oro. Este período se conoció como mercantilismo.
El concepto de mercantilizar se refiere a todo lo relacionado con el comercio que se lleva a cabo en sitios públicos, en los mercados, que son los espacios adecuados para negociar cualquier mercancía.
Me ha venido a la mente la idea de mercado, asociarla con lo electoral y de ahí sacar la combinación, el acoplamiento de que nuestro país se ha convertido, por el momento, en un centro especial de venta y compra.
En efecto, el territorio nacional dominicano, principalmente donde se encuentran ubicados los grandes centros urbanos, se ha convertido ahora en un mercado adecuado para el negocio de los votos.
La abundancia de personas necesitadas de adquirir algo con qué comprar alimentos para mitigar el hambre, encuentran en su derecho al sufragio un medio para obtener un ingreso extra. Todo está al alcance de la mano.
Un ambiente de pobreza, un espacio electoral corrompido y candidatos con recursos económicos adquiridos quién sabe cómo, es una combinación que encaja perfectamente. Es un conjunto armónico, un montaje bien dispuesto.
Llama la atención la cantidad de votantes que, convirtiéndose en mercancía electoral, salen a la luz pública mostrando una adhesión improvisada a candidatos a quienes ni siquiera conocen por su nombre o por su rostro.
El deterioro ético y moral en el que se encuentra la sociedad dominicana se evidencia en cualquier actividad, y la de los procesos electorales no es una excepción.
El escenario en el que las ciudadanas y los ciudadanos dominicanos están llamados a legitimar las instituciones del Estado se asemeja más a una casa de trata o a un prostíbulo que a un ejercicio democrático.
La semana que transcurre parece, en algunos lugares del país, una plaza ideal para subastas o ferias. Cada persona realiza su transacción atendiendo a sus necesidades de dinero o de votos.
Un panorama desolador de una comunidad sumida en la pobreza es lo que muestra nuestro país en este tiempo de campaña electoral, cuando salen a relucir todos los aspectos negativos de un orden económico y social inútil, totalmente perjudicial.
Lo único positivo que traen los procesos electorales amañados en nuestro país es que permiten que el pueblo comprenda que bajo este régimen económico y social nunca alcanzará la felicidad.
En lugar de preparar al electorado dominicano para una actividad ciudadana, cívica e institucional, los políticos lo convierten en un sujeto de mercancía, en algo que se compra y se vende.
Al finalizar el negocio electoral en nuestro país, a los posibles votantes no se les habla de programas de gobierno, de acabar con la desigualdad, de mejorar la vida pública o de eliminar las causas que provocan la violencia en los barrios populares. En resumen, no se les dice a las masas que al votar pueden cambiar su vida material y espiritual.
En los procesos electorales, los grupos dominantes subestiman al pueblo dominicano, ya que en lugar de convertir estas actividades en un ejercicio cívico y ciudadano para expresar una sana voluntad política, los utilizan para negociar con la pobreza, la carencia y el hambre a cambio de votos.