Los jóvenes están volviendo a hablar de Dios sin miedo ni culpa. Desde Rosalía hasta los llamados misioneros digitales, algo se mueve en el alma de esta generación.
No es nostalgia ni conservadurismo. Es un cambio de mirada. Después de años de ruido, ansiedad y pantallas, una nueva ola espiritual está floreciendo entre los jóvenes del mundo: más oración que selfie, más búsqueda interior que likes. Las cifras y los gestos comienzan a mostrarlo: los jóvenes del siglo XXI, criados entre algoritmos y saturados de estímulos, están redescubriendo la espiritualidad como refugio, sentido y equilibrio.
El fenómeno se ve con fuerza en los países del primer mundo, esos donde la religión parecía cosa del pasado. En España, por primera vez en cuarenta años, la proporción de católicos ha vuelto a subir: los menores de 34 años pasaron del 34 % al 42,8 % en apenas dos años. En el Reino Unido, la asistencia juvenil a la iglesia creció del 4 % al 16 %, y en Francia los bautizos de adultos aumentaron un 45 % durante la última Semana Santa. En Estados Unidos, un estudio del Barna Group detectó un incremento de 15 puntos entre los hombres de la generación Z que han hecho un compromiso personal con Jesús.
Los números todavía no anuncian una revolución, pero sí un despertar. Y lo interesante es que se trata de un movimiento que surge desde las mismas redes, la música, el arte y la cultura pop. Ahí está Rosalía, que con su nuevo disco LUX mezcla mística y modernidad, y confiesa haber descubierto que “el vacío que sentimos puede ser el espacio de Dios”.
También están miles de jóvenes que convierten TikTok en un espacio de oración y tutoriales para rezar el rosario, que llenan conciertos de grupos católicos como Hakuna, que organizan retiros espirituales con lista de espera y que se atreven a decir públicamente que creer ya no es motivo de vergüenza. Siguen, en cierto modo, el llamado del Papa Francisco a “hacer lío” y llevar la fe más allá de las paredes de la Iglesia.
El Vaticano lo ha entendido: este año organizó un encuentro con más de mil creadores religiosos digitales de 46 países, reconociendo que la evangelización del siglo XXI también pasa por el algoritmo.
Pero lo más significativo es que esta búsqueda de Dios no es solo volver a los templos físicos, sino reconectar con el alma. Los jóvenes están redescubriendo una fe que los inspira a actuar, a servir, a mirar el mundo con otros ojos. En un tiempo marcado por la ansiedad, la polarización y la soledad, esa búsqueda se convierte en un acto de sanación colectiva.
Quizás este renacimiento espiritual sea también una forma de resistencia. Creer o simplemente preguntarse por lo trascendente se ha vuelto un gesto contracultural frente al ruido, el consumo y la prisa. Es volver a mirar hacia arriba cuando todo alrededor parece perder sentido.
En República Dominicana, donde más del 90 % de la población dice creer en Dios, tenemos una oportunidad única: pasar de una religiosidad heredada a una espiritualidad vivida.
Que nuestros jóvenes también redescubran a Dios. No es una moda, es una necesidad: sentido, silencio, comunidad.
En esta sociedad dominicana del ruido, del entretenimiento y las redes, donde tanto buscamos lo fácil, mirar el cielo es un acto de rebeldía. Y quizás haya llegado la hora de que también aquí logremos con los jóvenes cambiar el chip.
Porque cuando una generación vuelve a hablar de Dios, no está retrocediendo: está recordando hacia dónde ir.
